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Quiebre de afección


Museo de Historia “El Centenario”, SPGG. N.L., Octubre 2020.



“Obituario de las Américas”, óleo s/tela, 120 x 170 cm, 2020.



ROJO PASTEL
Por Diana Garza Islas

La primera imagen que me viene al evocar el trabajo de Karen: una gama que va del rojo diablo al rosa pastel. Y cómo combina el negro con la bruma. Desde el puro plano del color, Karen pone el dedo sobre lo íntimamente necrosado.

¿O qué tienen en común un estibador de gasolina en Nigeria y Sinead O’Connor? El corpus que nos exhibe Karen trata de ello: del abuso contra las mujeres, contra los niños, contra todos los otros. Esta obra es explícita: no hay misterio, pero justo ahí podemos detenernos un poco, porque no hay cosa más misteriosa que lo que se ve a simple vista.

Si la realidad ya la vivimos, ¿para qué quisiéramos repetirla en el arte? Al revisar la pintura de esta artista pienso que lo que se calca es la repetición, pero lo que marca, lo que hiende, es la diferencia: el detalle. El proceso es este: calcar para producir otras imágenes, para acaso borrarlas al repetirlas.

¿En la repetición del monstruo, mostrándolo, podemos escapar de él?

En su libro Transformations, la poeta norteamericana Anne Sexton desvió los cuentos de los hermanos Grimm, que a su vez ya habían sido modificados vía Disney. Karen hace una operación similar en su obra: transforma las leyendas que nos han contado sobre la belleza, el dinero y el poder, desde la demostración del asco que entrañan.

Etimológicamente, monstruo deriva de monstrare; luego, sí: mostrarse es monstruoso.

Pienso que Karen se muestra a ella misma desde su técnica. Refleja esos monstruos que la acechan: la búsqueda de perfección, la insistencia en expectativas



exacerbadas de una misma como artista o la autofagia. Su obra se mantiene en esa tensión. Siempre a la defensiva, con las uñas de fuera, con las llaves sostenidas entre los nudillos, por si acaso. Su técnica, obsesivamente depurada, es el reflejo de esa ansiedad característica de las mujeres artistas, que internalizamos el mandato de ser triplemente perfectas para ser consideradas por nosotras mismas como tales.

Paradójicamente, pienso que si algo le falta a esta obra es belleza. Al menos en el sentido que lo piensa Byung- Chul Han en La salvación de lo bello. Contra esa estética imperante de lo pulido, lo liso, lo impecable, el filósofo apuesta por una que reivindique la belleza como aquello que contiene su propia imperfección.

La estética de Karen, decía, es acaso demasiado perfecta. La nuca y la mandíbula se tensan al entrar a estas imágenes que casi no dan espacio a la imaginación: te lo están diciendo todo para que decidas o no verlo; pues la imagen —literalmente— está en el ojo de quién la mira, no afuera. Podríamos pensar incluso en un arte retiniano desde otro sentido si consideramos que ya hay una operación crítica y activa desde el ojo. La retina transforma, invierte. El ojo también piensa y discrimina.

Por ejemplo: ¿Cuál es la semejanza entre los cuerpos exhibidos en un burdel y una carne empaquetada en la congeladora del supermercado?

Que un cuerpo —lo que verdaderamente puede un cuerpo— no se puede comprar.

Como no es posible comprar el arte.

Esto, el ojo, también lo sabe ver.




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Hay tres brujas que me atraen en Quiebre de afección: la buena, la mala y la roja.

Una: La bruja-princesa-buena está indispuesta —e indisponible en esta exhibición— (pueden verla en el ig de la artista: @karenreyesssss, 14 de julio.) La describo: una chica se derrite en un éxtasis zombie, al fondo el castillo legendario. Digamos que se titula “Paraíso”, dijo Karen de esta pieza. La chica ha sido desterrada de él, pero se enraíza, se estanca en ese recuerdo de cierto paraíso que solemos recordar haber perdido. Este es un primer momento de reconocimiento de nosotras.

Dos: La bruja-reina mala en una cámara de ecos atormentada por su vejez, por las nuevas pieles, madre Cronos, Es la madrastra enemiga que mira con sospecha, el cliché de una forma de interacción femenina que se ha perpetuado para enemistarnos desde competencias ridículas por ser la más bonita para. Un segundo momento de nosotras, que haremos consciente para suprimirlo.

Tres: La bruja-reina roja, la que esperamos. Roja de tanta furia sanguínea, pero roja también como la última de las tres fases para la transmutación de la materia.

Rubedo. Pero este oro es distinto.

La bruja roja representa el encuentro entre la antítesis última: entre la realeza y lo real. En esta pintura, la reina —llamémosla Queen E.— mira, petrificada, cómo una figura amenazadoramente roja va avanzando hacia ella.

Non serviam! No más muñones postrados ante a la corona reptiliana.
Fight. The. Real. Enemy.


Creo que en estas tres piezas con brujas hay una ruta para la lectura de la obra de Karen en general: es el tránsito de la princesa-rosa-pastel-podrida a la Gran Reina Roja Madre que ha llegado a quebrar, a quemarlo todo. Leamos esto en el contexto mexicano actual. ¿Las mamás excavadoras de los cuerpos de sus hijos les dicen algo?

(Irónicamente, la Reina roja de Karen Reyes tampoco se ha exhibido aquí: por razones de presupuesto la pieza no pudo asegurarse— pueden consultarla en @karenreyesssss, 18 julio 2018.)

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Tal vez el núcleo de esta muestra lo ubicaría en Obituario de las Américas. En ella, la artista nos presenta a una persona de piel negra, sin rostro y la Casa Blanca en una especie de limbo. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Qué es esa bruma pastel? ¿Son los algodones cosechados por generaciones de negros esclavizados o el humo de un incendio iniciado por ellos? En esta pieza Karen nos da la posibilidad de recombinar los elementos de la escena para hacer nuestro propio relato.

Mi relato es este: contra toda teoría cromática, pienso que en el interior del color negro, en su yema, se contiene un iris. Y como en la alquimia, necesitamos todos los colores del espectro para pintar el mundo que vendrá, pero hay que empezar por atreverse a hendir los dedos en lo putrefacto.

En su obra, Karen Reyes identifica al enemigo. Es cuestión de cada uno poner el cuerpo contra él. Si el capitalismo es un hidra, nosotras también podemos serlo. Nuestra invitación es a aprehender esa vía sutil y concisa y a seguir creciendo cabecillas, una tras otra, y a lucirlas, como la sacerdotisa O’ Connor nos enseñó.





Sinead O’Connor (de la serie “Artificio inestable de añadidos y sustituciones”), óleo s/tela, 20 x 25 cm c/u, 2020.


Vencer el espejo
Por Virginie Kastel


En su producción, Karen Reyes trabaja con el retrato y por lo tanto su pintura tiene una relación estrecha con la fotografía. Para un pintor, sabemos que la selección de la fotografía nos indica que ya ha comenzado a pintar; esta selección nos informa del cliché pictórico que ese mismo pintor ha decidido tumbar (Deleuze).

Karen Reyes, por otro lado, deja en claro la relación anecdótica que tiene con su material con el que entabla una discusión abierta e intuitiva, permitiendo que el trayecto entre lo que se quiere y lo que se encuentra pueda revelar su simbología. Esto me parece importante más cuando la intención de la pintora es romper los lazos propios para con la idea de la belleza. Desde un inicio sabemos que la intención de Quiebre de afección, y en particular de la serie de Artificio inestable de añadidos y sustituciones es la de una ruptura de una idolatría. Desde un inicio estamos advertidos: la pintora toma como cliché pictórico la idea de la belleza femenina. ¿Qué existe en una mujer más allá de lo que proyecta? ¿Porqué despierta admiración la belleza? ¿Qué implica la belleza para una mujer? Algo muy claro es que estamos ante una serie de representaciones de iconos del cine y del arte y que la pintura es el medio a través del cual opera el quiebre de la afección que sentíamos por ellas, afección transmitida por las imágenes fotográficas que otorgan inmortalidad. Pero también, desde un inicio estamos ante varias ambivalencias. Por un lado, no son 8 mujeres retratadas sino 7 mujeres y un travesti, el último siendo uno de los artistas pop más célebre del siglo XX. 4 de las mujeres son actrices o encarnan personajes en el retrato, 2 son anónimas. Por otro lado, es preciso decir que afección tiene un doble significado, puede significar dolencia al mismo tiempo que admiración. De esta doble ambivalencia que trabaja por capas tal y como opera el proceso pictórico deducimos que la ambivalencia es central como posibilidad pictórica y por ende interpretativa en el trabajo de Karen Reyes. De estas primeras observaciones se puede decir que, para la artista, el trayecto de trayecto de lo que acontece entre la intención, el modelo y la pintura es definitorio de lo que aparece en el transcurso de la pintura.

En Artificio inestable de añadidos y sustituciones las retratadas, en su mayoría son celebridades, por lo tanto la serie no solo trata de lo que proyecta su ‘persona’, ya que precisamente la fotografía y su notoriedad los han despojado de intimidad, las podemos reconocer porque son iconos y fueron inmortalizadas por mediación de la imagen. Hay un rasgo común entre los rostros seleccionados: son arquetipos de belleza limítrofe. Las retratadas muestran una relación de límite con el género: una es un personaje malévolo, la otra tiene la cabeza rapada, la otra es un artista cuya homosexualidad fue reprimida. Son retratos de mujeres que presentan un problema para lo normativo y el límite, o la idea de lo femenino.




Me llama la atención el concepto de quiebre. Donde existe una intención de quiebre opera una declaración violenta porque resulta en una ruptura. Lo que se rompe fue puesto a prueba de una tensión externa y definitiva. La pintura es la operación por la cual esto acontece, de esta operación inicial surgen otras operaciones. Es importante comprender como lo hizo Deleuze, que si un hecho pictórico es lo que queda del acontecimiento de una catástrofe sobre el cuadro, aquí se explota la catástrofe como tema y como posible. Y esto es especialmente cierto en Obituario de las Américas, una declaración de guerra simbólica al colonialismo en el que la quemadura de la Casa Blanca es una respuesta al neoliberalismo y al sistema de dominación patriarcal. La acción simbólica (representación) de quemar la Casa Blanca en una atmósfera rosa y con fondo de rola de metal es el pasaje al acto de un ajuste de cuentas y una demanda por la justicia. Difícil no ver la relación entre las mujeres encapuchadas que demandan cambios institucionales y conductuales en las calles de México, la portada de este disco y la experiencia personal. El sentimiento de no pertenencia es indisociable del de exigencia, justicia y rabia.

Otra de las preguntas que surgen es la siguiente: ¿Cómo opera el quiebre desde el aparato visual? En el pasaje de la fotografía a lo pictórico y en las alteraciones del color. ¿Pero de qué nos habla este color? El uso de un rosa pastel como fondo y adorno para rostros cuyos ojos están inyectados de rojo, miradas poseídas, que nos podrían hacer pensar en un primer lugar que estamos ante una pintura emocional, y sí pero no exclusivamente: la intención de quiebre y el ataque a la mirada nos conduce de igual manera, o de manera más determinada a la psicología. Y aquí se sitúa una crítica de la belleza que trata no nada más de lo convencional. Es el gesto de “admiración/aflicción” que está en la mira y sufre un quiebre porque provoca una interrogación profunda en cuanto a la exigencia de la categoría de mujer y del imposible que se le impone. De esa serie de fantasmas, femeninos zombies, transfiguradas, Reyes nos obliga a problematizar la permanencia de la apariencia. ¿De qué manera? Buscando hacernos sentir un rechazo, que también es un rompimiento. Aquí está el punto ágil de la obra, que más allá de decir, como los antiguos, que las las apariencias engañan, nos dice: ahora las apariencias te inducen a mirar lo incómodo, lo in-confortante en un rostro que tú sabías estable, cierto y bello. ¿Porqué quiere Karen Reyes quebrar la estabilidad de la permanencia del instante fotográfico? La belleza por más que la quisiéramos revolucionaria sigue imponiéndose como sistema, dejándonos perplejos ante la manera en que la plástica y el aura parecen no poder ya disociarse. Valiéndose de esa premisa y con la delicadeza de una mano frágil y delicada, Reyes nos muestra el desfase que existe entre lo que se ve y lo que se siente, así como la falacia, el disgusto, la violencia y la monstruosidad que recelen las representaciones patriarcales que componen nuestra realidad y nuestro imaginario interpersonal.



“Obituario de las Américas” (detalle), óleo s/tela, 120 x 170 cm, 2020.


“Estibador de gasolina en Yenagoa, Nigeria”, óleo s/tela, 12x18cm, 2020..

Sin título, Acuarela y grafito s/papel, 82x67cm, 2014.

“Artificio inestable de añadidos y sustituciones” (Políptico de ocho retratos, óleo s/tela, 20 x 25 cm c/u, 2020.




Mirror, mirror on the wall, who is the fairest of them all?
Por Paola Livas


Red de mitos, perversiones, afecciones y confrontaciones. Para Karen Reyes, la pintura, el dibujo y el fanzine son algunos de los lugares donde sus cuestionamientos se manifiestan, las referencias y apuntes que guarda, a veces sin darse cuenta, se canalizan y forman collages en sus composiciones. Pinta para decir, para enunciar. Frente a la imagen creada, procede a desenredar todo lo que le cuestiona. Es este proceso impulsivo, convulso y desacompasado el que reivindica la salida pictórica de sus piezas. Estas pinturas lo mismo cuentan historias, que buscan destruirlas.

De héroes y antihéroes se constituyen las narrativas tradicionales; pero la obra de Reyes apunta a que hay más en la leyenda, la protesta y la réplica que nos enraíza en lo humano. La corrupción y la violencia se vislumbran en la fachada de una Casa Blanca que parece simular un templo griego. Fundamentada en un racismo colonial que dista de ser erradicado, la situación política estadounidense (como la propia) es adversa. La hostilidad y sus matices raciales, de género y de clase son imperantes, una confrontación constante. Este es un sitio propio para cuestionar al poder, cada vez menos sólido, cada vez más agrietado. Lo bueno, lo malo y lo feo en una misma entrega.

Hay una segunda confrontación, ésta con uno mismo, con el espejo: mirror mirror on the wall, who is the fairest of them all? Los retratos se desvirtúan en figuras exaltadas, acaudaladas, explotadas y heridas. Se quiebra el espejo y los vidrios rotos caen por todos lados; Warhol con peluca en una de sus polaroids, Sinnead O’Connor al enunciar su icónica frase fight the real enemy y una prostituta de una fábula vernácula francesa son algunos de ellos. Se nos revela que detrás de nuestros ojos ya hay un conjunto de características que distinguen la belleza y lo virtuoso, que vivimos luchando guerras fútiles contra el propio cuerpo y el del otro. La belleza, como la leyenda, tiene vigencia. El sujeto devela su vulnerabilidad al exhibirse, envejecer, protestar el régimen, travestirse, despojarse de mandatos morales y estéticos, de exhibirlo todo en papel. Y no hay nada más peligroso y poderoso en este mundo que mostrarse vulnerable.








Sin título (dreamy scene) óleo s/tela, 50 x 40 cm, 2020.



Watch a video about this exhibition:
https://youtu.be/bCalBHxLtVQ